viernes, 10 de octubre de 2014

DESPERDICIO DE COMIDA


 


La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que lleva la cuenta de lo que se produce y consume en el planeta, calcula que cada año una tercera parte de la producción mundial de alimentos para consumo humano se pierde o desperdicia en la cadena que se inicia en las explotaciones agropecuarias, pasa por las plantas de procesado, los mercados al por mayor y los comercios minoris­tas, y llega a los negocios de restauración y a la cocina de nuestros hogares.

Todo esto significa 1.300 millones de toneladas anuales, suficientes para alimentar a 3.000 millones de personas.
El desperdicio alimentario se produce en distintos lugares y por distintos motivos. En general los países industrializados pierden más comida en las fases de comercialización y consumo, mientras que en las naciones en vías de desarrollo, que con frecuencia carecen de las infraestructuras necesarias para hacer llegar todo el alimento en buen estado a los consumidores, la mayor parte de las pérdidas tiene lugar en las fases de producción, postcosecha y procesado.



A causa de los deficientes sistemas de almacenamiento y transporte en África, entre el 10 y el 20% de los cereales subsaharianos sucumben a enemigos como el moho, los insectos y los roedores. 

Hablamos de alimentos por valor de 3.000 millones de euros, suficientes para alimentar a 48 millones de bocas durante un año entero.
Sin sistemas de refrigeración, los productos lácteos se agrian y el pescado se pudre. Sin la capacidad de encurtir, enlatar, curar o embotellar, los excedentes de los productos perecederos (ocra, mango, col…) no se pueden transformar en alimentos duraderos, de larga conservación.
Las deficiencias viarias y ferroviarias lentifican el viaje del tomate del campo al mercado; la fruta mal envasada acaba hecha papilla; las verduras se mustian y se pudren por falta de sombra y fresco.
En la India, que afronta problemas similares, se desaprovecha entre un 35 y un 40% de las frutas y verduras.
En los países desarrollados, la hipereficiencia de las prácticas agrícolas, la omnipresente refrigeración y la calidad de los transportes, del almacenamiento y de las comunicaciones garantizan que la mayor parte de los alimentos que producimos llegue a los puntos de venta (pese a los montones desechados del vertedero de la Sun Street). 
Según la FAO, los países industrializados tiran 670 millones de toneladas de comida al año, una cantidad casi igual a la producción neta de alimentos del África subsahariana.
Se desperdician calorías en los restaurantes que sirven raciones desproporcionadas u opíparos bufés, cuyos empleados tiran todo a la basura en cuanto llega la hora de cerrar, aunque no haya estado ni cinco minutos en el mostrador.
Los comercios de alimentación estadounidenses dejan de vender 19 millones de toneladas de comida al año, aunque hacen lo posible para que no se sepa.
Los consumidores también tenemos nuestra parte de culpa: 


  1. Compramos de más porque en cada esquina tenemos la posibilidad de adquirir comida relativamente barata y presentada en envases seductores
  2. No la almacenamos adecuadamente
  3. Nos tomamos al pie de la letra la «fecha de consumo preferente», cuando en realidad ese etiquetado informa del punto máximo de frescura del producto y tiene poco que ver con la se­­guridad alimentaria
  4. Olvidamos las sobras en el fondo de la nevera
  5. No pedimos que nos en­­vuel­van para llevar la comida que no nos hemos acabado en el restaurante 
  6. Sufrimos mínimas o nulas consecuencias cuando tiramos a la basura una ración que hemos dejado a medias.


Da lo mismo dónde se produzca el desperdicio alimentario: cada plato de comida desaprovechado es un plato que no nutrirá a nadie.

Una familia estadounidense de cuatro miembros desecha un promedio de 1.000 euros al año en comida.
 
Despilfarrar comida es también despilfarrar las ingentes cantidades de combustible, productos agroquímicos, agua, tierra y mano de obra invertidos en su producción.
El destino final de los desperdicios suelen ser los vertederos, donde, sepultados sin aire, generan metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono.
Es evidente que cuantos más yogures desechen los consumidores al leer la fecha de consumo preferente, más yogures nuevos se venderán.
Los avances tecnológicos aportan más alimentos que nunca a los mercados, pero la abundancia resultante –que mantiene los precios bajos– no hace sino fomentar aún más el desperdicio.






En el Reino Unido, cuyo Gobierno ha hecho de la reducción del desperdicio de comida una prioridad nacional, un colectivo ciudadano llamado Feeding the 5000 recoge en explotaciones agropecuarias y plantas envasadoras los productos de alta calidad que rechazan los supermercados y los utiliza para preparar comidas con las que agasaja a 5.000 afortunados comensales, totalmente gratis, como una forma de concienciar al público y celebrar soluciones creativas. 
Tristram Stuart, autor de Despilfarro: El escándalo global de la comida y fundador de Feeding the 5000, propugna que los establecimientos de alimentación rebajen el precio de los productos que estén a punto de caducar, que compartan equitativamente con los proveedores el coste de adquirir demasiadas existencias, y que procesadores y comerciantes publiquen cuántas toneladas de alimento desperdician.


Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cebar ganado con la comida que hoy desechamos liberaría en todo el mundo cereales suficientes para alimentar a 3.000 millones de personas.

Utilizar nuestros excedentes para alimentar a los animales tiene lógica, tanto desde el punto de vista económico como ecológico. Pero el mejor destino de la comida sobrante es, huelga decirlo, dar de comer a los 842 millones de bocas hambrientas que hay en todo el planeta.
En Estados Unidos 49 millones de personas están oficialmente en situación de inseguridad alimentaria, es decir, que no siempre saben de dónde saldrá el siguiente plato que comerán.
La organi­zación benéfica Feeding America estima que en 2014 habrá repartido casi dos millones de toneladas de alimentos, la mayoría de ellos donados por fabricantes, supermercados, grandes productores y el Gobierno federal.